domingo, 29 de agosto de 2010

La ciudad de alguien





“Creceré cuando crezca mi ciudad”
Enrique Vila-Matas



Han transcurrido ya casi treinta años desde que vi como crecía esta ciudad, como lo hacía yo. En algunas ocasiones no la reconozco. Esta ciudad se ha transformado. Se dice que una ciudad toma la identidad de sus habitantes. Lejos quedan los años en que faltaba a clases para hacer una travesía y descubrir callejones o vericuetos desconocidos de mi geografía. Ahorraba todo mi dinero de la semana para gastarlo ese día. Pero los esfuerzos se redoblaban si invitaba a alguna compañera del colegio a mi osada excursión.
Una vez clausurada la etapa de la infancia y juventud no me quedan más que recuerdos. Nunca imaginé que mi universo, el de la infancia, se transformaría. Atrás queda ese ambiente tan arraigado de la ciudad, donde la mayoría de la gente se saludaba. Era común encontrar al vecino en el cine o bien en el parque.
Es siempre el Centro, el Altstadt (La ciudad vieja), el downtown, el que se resiste al tiempo. Uno marca los cambios de un lugar de las zonas aledañas de la ciudad. Pero el Centro sigue ahí. Desaparecieron los comercios tradicionales que dieron la estafeta a las empresas transnacionales de comida rápida o telefonía. El hombre que lustró los zapatos por 40 años y se marchó, sustituido por un joven que apenas conoce su oficio; el que vendía los billetes de la lotería y sabía encontrar al cliente idóneo; el del puesto de periódicos que conocía a la persona que compraba el diario de su predilección; el vendedor de los helados; el vagabundo que llega puntualmente el domingo a su banca preferida, como cita de novios. El lugar es estático, inmóvil. Somos nosotros quienes nos vamos. El Centro se resiste al paso del tiempo, que da cabida a un desfile de generaciones tradicionales como eclécticas.
Me tomo la completa libertad de registrar los cambios que acontecen en esta ciudad. Así como lo hacía aquel heterónimo de Fernando Pessoa que veía desde su oficina las céntricas calles de Lisboa, mientras que contaba los diversos barcos que entraban a la ciudad lusitana por vía del río Tajo. Me basta con caminar por la mañana, justo cuando toma su ritmo, y cruzar esta ciudad para ver el movimiento cotidiano.
En primavera el calor es bienvenido, puesto que casi siempre impera el frío y la lluvia. Pero a lo que le temo son a los aguaceros que caen. No huyo de ellos por mojarme, sino por el congestionamiento vial que generan en una ciudad que recibe a una horda de automóviles y autobuses dignos de una metrópoli. Y no se hable de las horas picos o de un accidente automovilístico. Mientras que voy a bordo de un autobús de pasajeros y veo como el chofer toma la faceta del doctor Jekyll y mister Hyde, es decir, su transformación se consuma: cualquier intento de rebase o de transgredir su carril te lo hará pagar sin medir las consecuencias.

Siempre me ha gustado caminar y al hacerlo es como si fuera leyendo la ciudad. Además, me atrae aquello que decía Walter Benjamin: “No orientarse en una ciudad importa poco. Pero perderse en una ciudad, como puede uno perderse en un bosque, requiere práctica”. O como el flâneur, de Baudelaire. Solo el paseante sabe lo que representa el caminar. Encontrar lo que no se había visto antes al pasar por ese lugar o descubrir cosas diferentes a lo visto diariamente. Andar y perderse, la vista que atesora algo que nos llama la atención por su peculiaridad. El oído que registra los ruidos del vagón del metro, de la conversación de los novios, del bebé que llora, del vendedor ambulante que oferta su producto, el caos vial.
En el incomparable libro de Fabio Morábito, También Berlín se olvida, menciona en el capítulo El hombre del croissant: “Me producía un intenso placer caminar en medio de ese silencio, mientras la inmensa mayoría de la gente seguía metida en su cama […] Quien escribe avanza por una delgada línea entre cientos de equivocaciones posibles y caminar a esa hora por la ciudad dormida era como abrir un círculo, dejar que se evaporara el resto del ayer que había en mí”. Al igual, el placer por caminar y perderme ha sido una de mis predilecciones. Los laberintos fueron creados para perderse y encontrar la salida, aunque haya quienes no den con ella.
En mi andar busco un establecimiento para tomar un café aceptable y saborearlo con la parsimonia, ya sea para conversar o leer el periódico, mientras escucho el ritmo de esta ciudad y observo cómo crece desmedidamente. Conociendo el mapa de la ciudad, me ha ayudado a perderme en otros lugares, en otros países.

miércoles, 25 de agosto de 2010

¿Porqué leo cómics si ya soy grande?

Decía el filósofo F. Nietzsche: "La infancia es destino".  Recuerdo que allá en la "tierna" edad de 4-5 años vi a mi madre leyendo su "Lágrimas y risas". La historia era "El pecado de Oyuki"; al momento de verla casi llorar por lo que ella estaba leyendo entró en mi la curiosidad de saber la razón de dichas lágrimas. Me acerqué y sólo pude ver hojas llenas de dibujitos que no entendía. Mi madre al ver que su vástago no podía tener la mínima idea de lo que tenía en sus manecitas, se dispuso a leerle la historia plasmada en un papel tosco y en color sepía.
Al momento de escuchar las primeras palabras escritas en la voz de mi madre... la magia se materializó. Los globos llenos de letras que yo había visto sobre las cabezas de los personajes, hicieron que lo dibujado se convirtiera en una historia viva. Los dibujitos se movían, tenían gestos, gritaban, pensaban, comían, dormitaban... y hasta lo soñado era un dibujito. Un nuevo mundo me había sido mostrado: el mundo de la lectura en viñetas.
Hay algunos cultos literatos que afirman que la historieta o el cómic no puede ser entendido como una lectura adecuada, ya que carece de un sentido literario o académico. Ellos sabran. Lo cierto es que de esa vivencia nació en mi la necesidad de leer. A su manera, mi madre -que sólo llegó a quinto de primaria- me enseñó a leer; cuando llegué a la primaria las planas y tareas fueron pan comido. De inmediato pedí con mis contados domingos la compra de un Cuentito. A mis manos llegó un pequeño ejemplar de Zor y los invencibles, una digna interpretación de la imaginación y la inocencia.
Con el tiempo y mi primer trabajo en una taqueria me alcanzó para comprar un ejemplar que vino a cambiar la perspectiva de un niño de escasos ocho años: Kaliman, el hombre increíble. (Sin agregar que a partir de ahí me convertí en un asiduo radioescucha de la radionovela que por aquel entonces se transmitía por Radio Red)

Una noche llegó mi padre con una sorpresa. Una historieta que por más que he buscado algún número perdido en convenciones o tiendas especializadas de comics no he podido tener: La vida de Pedro Infante.  Por varios años se convirtió en una lectura semanal que toda la familia terminaba leyendo.
Al llegar la etapa de la secundaria no sólo me enfrenté con los cambios propios de la adolescencia, sino que en el mundo editorial mexicano se iba a producir una revolución en cuanto al mundo de la historieta se refiere. Nadie imaginaba que una parte de esa generación ibamos a quedar marcados con la historia que en unos sencillos y bien hechos dibujitos despertó no sólo la imaginación, sino también la conciencia de los que eramos y de lo que podíamos llegar a ser. La llegada a mis manos de Karmatrón y los Transformables fue un antes y un después para empezar a preguntarme que iba a ser de mi vida. Casi de manera religiosa cada semana iba al puesto de periódicos para comprar el ejemplar que mis hermanos y yo ibamos a soñar y disfrutar ese fin de semana.
Llegó el año de 1992. Un fenómeno editorial a nivel mundial iba a sacudir el mundo de las viñetas. Algunos nos emocionamos con los dibujos y la historia; otros abiertamente decían que lo habían leído por morbo. Lo cierto es que nadie fue indiferente ante el hecho: La muerte de Superman. Hasta en los noticieros hablaron de ello. Yo, en mi mundo lloré la muerte de mi Superhéroe favorito.

Ya han pasado 18 años de ese histórico cómic donde el Superhéroe por ontonomacia murió; ha muerto el Capitan América; han dejado inválido a Batman y se ha ido al exilio estelar el Dr. Manhattan.
Me he enfrentado a la crítica sobre porqué leo cosas de niños y al final mi respuesta casi es la misma: sigo siendo niño.  
Han pasado casi 30 años de aquella primera vez que ví como los dibujitos adquirian vida propia. Son casi 30 años y aún escucho las palabras de mi madre...

lunes, 16 de agosto de 2010

"Goodfellas", un círculo de valores

"Desde que tuve uso de razón, siempre he querido ser un Gangster..." 
A golpe de excelente música norteamericana de la década de los 60’ y 70’, Martín Scorsese nos introduce en el mundo del crimen a través de la vida del mafioso Henry Hill, recogida en el libro Wiseguy de Nicholas Pileggi. Una película que se disfruta en todo momento. ¿Cómo puede Scorsese plasmar tan bien esas situaciones entre mafiosos? Tal vez la cooperación del mismo Pileggi en el guión.
¡Qué mafiosos! Una de las mejores parejas para estos papeles (Robert De Niro & Joe Pesci) que dejan frases como:
"DeNiro -¡Vas a cavar el hoyo, vas a cavar el hoyo y lo vas a hacer tu solo!"
"Pesci -Como si fuera el primero que cavo".
Que decir de Ray Liotta que junto con Scorsese crea un personaje digno de nominación. El ritmo de la pelicula nos atrapa en un sinfín de detalles que no se pueden dejar de admirar. Un tipo de ritmo que se centra en una historia, y va contando pequeños detalles y anécdotas que son los que realmente hacen la película.
Es inevitable pensar en la ética y valores que hay dentro de este círculo de personajes.
La música es un breve recorrido por la historia musical de los E.U. en la segunda mitad del siglo pasado.
Es una lección de película.

jueves, 5 de agosto de 2010


Con Chet Baker en el café

1.
Hay etapas en nuestra vida que se cierran sin darnos cuenta de cuándo suceden y también existen otros momentos que nosotros mismos clausuramos con la certeza de hacerlo. Esto viene a cuento porque el escritor Julio Ramón Ribeyro mencionaba que cuando uno ha sido feliz en una ciudad es mejor no regresar a ella, ya que una segunda visita a ese lugar puede no ser tan satisfactorio como la vez primera; y eso puede llegar a ocurrirnos.

2. Visité en enero, de hace dos años, un pequeño pueblo de nombre Charleston, en el estado de Illinois, en el frío intenso que azota cada año al norte de EE. UU. Me pasé una semana visitando a un viejo amigo, aunque él aún es joven siempre nos hemos entendido en los viajes y la noche. Viví cerca de nueve días en ese lugar, para disfrutar de ese frío que tanto me gusta. Cuando me levantaba lo primero que hacía era vestirme, con mi abrigo de color rojo y una bufanda que recién me habían obsequiado. Con mi indumentaria puesta, ahora estaba listo para atravesar todo el campus de la Universidad de Charleston. Los edificios siempre me han parecido de un corte gótico, acompañados de árboles altos que se encuentran a lo largo del camino.
Con todo y ese frío, que siempre me hace sentirme como en casa, hasta allá iba para reunirme con mi amiga para planear a dónde ir a comer y charlar sobre los pormenores del día. El paisaje a simple vista podía parecer desolador, pero a medida que uno se aclimata se torna familiar. En esos trayectos que hacía para reunirme con mi amiga me acordé de una frase de Albert Camus que tiene en ese libro de ensayos de El verano: “son ciudades sin pasado. Son por tanto ciudades sin abandono y sin enternecimiento. En las horas de tedio, que son las de la siesta, la tristeza se hace allí implacable, falta de toda melancolía…Estas ciudades nada ofrecen a la reflexión, pero lo ofrecen todo a la pasión”.
Fuera de todo momento de introspección, el aprecio por todo lo que rodea a ese poblado fue como sentí una afinidad. Esto siempre se lo hice saber a mi amiga y creo que me entendió. Supo descifrar mis palabras. Durante el almuerzo recordábamos acerca de los momentos más risibles de nuestra vida. Ambos nos reímos y nos dimos cuenta que a pesar de momentos serios de la vida, habría que tomarla a la ligera, sin mucha seriedad. Además, las personas hacen a los lugares, los enriquecen, en pocas palabras, dan un matiz que cobra relieve y que no sería lo mismo sin ellas.
Por la noche veía a mi amigo y comentaba de cómo la distancia nos había separado en lo físico, más no en los recuerdos. De cómo los caminos de la personas toman rumbos distintos, pero la amistad es siempre la que perdura. Ahora que pasé algunos días del mes de julio en ese mismo lugar, mi amigo ya no estaba, se había ido a la ciudad de Chicago, que siempre me ha parecido muy cosmopolita y llena de vitalidad. Por el contrario, mi amiga aún continuaba en Charleston. Tenía algunos pendientes con sus clases y su trabajo. Parecía que el tiempo no hacía mella en ella. Había estrenado su apartamento en mayo y me mostró muy contenta la manera en que lo había decorado con los objetos que ha coleccionando durante sus viajes por América Latina y por el gusto que siente a todo lo diferente a sus orígenes.
El último día de mis estadía en Charleston me acordé nuevamente de una frase de Albert Camus: “En medio del invierno venía a saber que en mí había un verano invencible”. El verano continua allí, mientras dejo momentos llenos de secretos y de varia tazas con café que me acompañaban durante las mañanas en casa de mi amiga, mientras Chet Baker tocaba su trompeta.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Elegí la música, luego la historia y después los tragos

Una excelente recomendación para la lectura. Tomado del diario EL PAÍS.


ENTREVISTA: El triunfo del misterio F. G. HAGHENBECK Escritor
ROSA MORA - Barcelona - 11/07/2009

No es aconsejable beberse seguidos los 26 cócteles que encabezan los capítulos de esta divertida novela. No llegarían al final y vale la pena. Trago amargo (Roca Editorial), de F. G. Haghenbeck, un mexicano de origen alemán que responde por Francisco, es una mezcla de ficción y realidad tan lograda que al final ya no se sabe qué es verdad y qué es mentira.

John Huston decide rodar La noche de la iguana en la playa de Mismaloya, en Puerto Vallarta (México), y allí llega con su troupe: Richard Burton, que se pasa el día haciendo gasto en la barra del bar; Elizabeth Taylor recién separada de Eddie Fisher; Ava Gardner, Deborah Kerr, el Indio Fernández... Policías corruptos, como el sargento Quintero; el abogado de los bajo fondos Bernabé Jurado, más conocido como abogánster; y un personaje entrañable, Billie Joe, que aparece y desaparece. "Casi todos los personajes son reales", dice el director.
Los actores se odian. Huston les regala pistolas de oro con balas de plata por si quieren matar entre sí, y alguna de esas balas se escapará. A Hollywood no le gusta tener tratos con la policía y mucho menos con la mexicana. Por eso el productor contrata a Sunny Pascual, que se autodefine así: "Sólo soy un sabueso beatnik de nombre Sunny Pascual. Mitad en todo: mitad mexicano, mitad gringo; mitad alcohólico, mitad surfer;? mitad vivo, mitad muerto".
Sunny es amoral y sarcástico y Haghenbeck explica que estas características proceden del cómic, al que ha dedicado buena parte de su vida. El lenguaje, ágil, con la mezcla de idiomas, es uno de los aciertos de la novela. "El personaje", dice, "tiene poco que ver con él, al menos tal como es en la actualidad, ahora que es padre y se ha vuelto un hombre serio". El escritor cuenta que su padre "fue librero" y, como "rebeldía", se negó a leer libros. Hasta los 25 años. Entonces leyó todo Raymond Chandler y se empapó del detective Belascoarán, de Paco Ignacio Taibo II. De esos modelos tan distintos surge Sunny Pascal.
Lo que se ve en la novela es mucha acción, alcohol y drogas. Lo que aparece por detrás es bastante corrupción. Al productor del filme le apoyan "ciertos grupos". La mafia ya no es como la que aparece en las películas, ahora son altos ejecutivos de Hollywood. Además, hay una especulación inmobiliaria para convertir la playa de Mismaloya en un enclave de lujo.
La estructura es original y atractiva. Abre cada capítulo la receta de un cóctel, su historia e incluso la música que mejor combina con la bebida. Por ejemplo, lo que más le va al Martini seco es Witchcraft de Frank Sinatra; al Cuba Libre, Compay Segundo; al Gimlet,Call me irresponsible de Wayne Newton... "Me fascina la música de los sesenta, se podía beber con ella, hablar con ella. Ahora ya no". "¿Cómo organicé la novela? Primero elegí la música, la escuchaba continuamente mientras escribía. Luego, la historia y por último los tragos".
De la lectura de Trago amargo se desprende cierta tirria hacia Hollywood. Haghenbeck cuenta cómo en cierta ocasión quisieron comprarle los derechos de un cómic, pero empezaron a cambiar y añadir tantas cosas que no quedó nada del original. "Destrozaron mi historia. Tienen mucho dinero pero a pesar de ello el 99% de las películas que hacen son malas, aunque el 1% es excelente".Abre cada capítulo de su novela 'Trago amargo' con la receta de un cóctel.

lunes, 2 de agosto de 2010

Aculco... (reposteo)

Ayer 1 de agosto fue dada la noticia del nuevo Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO. Por tal motivo reposteo algo que escribí hace unos meses en otro espacio.


Navegando en la red social del Facebook me encontré con un grupo que me remitió a una de las páginas más entrañables de mi existencia: mi vida en el pueblo de Aculco.
Mi padre nos llevó a su tierra natal allá en el año de 1985, un mes antes de los sismos del 19 de septiembre. Yo tenía en aquel entonces 11 años. Los primeros meses fueron muy difíciles para mi, ya que estaba acostumbrado a la vida de Barrio... de los barrios bravos de mi querido D.F. En Aculco terminé la primaria y posteriormente la secundaria... ésta última con no muy buenas calificaciones; esto lo viví rodeado de amigos que fuí forjando con el paso de esos primeros años en ese pueblo tranquilo e histórico. Mis primeros amores y lágrimas fueron ahí... en Aculco. Toda esta serie de recuerdos y vivencias me vinieron de pronto como una cascada a partir de encontrar un Blog en el Facebook que tiene como punto de encuentro el interés por ese nuestro querido pueblo.
Aculco es uno de los pueblos llamados Pueblos con encanto del Estado de México; la historia por la independecia de México tiene una página muy importante que se escribió en Aculco: ahí pernoctó el cura Hidalgo a su regreso del Monte de las cruces los días 6 - 7  de noviembre de 1810, dándose lo que conocemos como la Batalla de Aculco... pelea que por cierto perdió.
Aculco no sólo tiene historia, sino que la riqueza de su arquitectura -a pesar de la modernidad- hace de él efectivamente un pueblo con encanto. Sus leyendas y calles hacen pensar que el tiempo se detuvo en algunos espacios.
Aculco tiene bellezas naturales. Sus dos cascadas -La Concepción y la de Tixhiñu- y la imponente Peña de Ñado hacen que varios turistas practiquen el rapel o inclusive varias firmas automotrices toman los paisajes para sus comerciales. "¿Y la cheyenne apá?
Aculco tiene la fama en la capital mexiquense por su amplio catálogo en productos lácteos. Hay quien dice que los mejores quesos del Estado son de allá... y yo creo que tienen mucha razón. Cada que voy procuro traer a mi Fortaleza de la soledad varios quesos... y además del mercado llevó algo que cada que lo platico se quedan con una cara de asombro: Chicharrón de res. Es un platillo que se hace con las víceras del animal en cuestión en una forma muy parecida a las carnitas y cuyo sabor es excepcional.
Aculco está gestionando ser patrimonio cultural de la humanidad, ya que la historia lo marca como uno de los accesos o paso obligado de lo que en la época Colonial se llamó Camino Real de Tierra Adentro.
Aculco es la tierra de mi padre. Tierra donde están mis raíces y mis recuerdos. Yo nací en el D.F., soy orgullosamente defeño de nacimiento; vivo en Toluca, soy Toluqueño por convicción; viví en Aculco, y soy Aculquence de corazón.

*Las fotografías son del Blog: http://elaculcoautentico.blogspot.com/

 
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