miércoles, 25 de agosto de 2010

¿Porqué leo cómics si ya soy grande?

Decía el filósofo F. Nietzsche: "La infancia es destino".  Recuerdo que allá en la "tierna" edad de 4-5 años vi a mi madre leyendo su "Lágrimas y risas". La historia era "El pecado de Oyuki"; al momento de verla casi llorar por lo que ella estaba leyendo entró en mi la curiosidad de saber la razón de dichas lágrimas. Me acerqué y sólo pude ver hojas llenas de dibujitos que no entendía. Mi madre al ver que su vástago no podía tener la mínima idea de lo que tenía en sus manecitas, se dispuso a leerle la historia plasmada en un papel tosco y en color sepía.
Al momento de escuchar las primeras palabras escritas en la voz de mi madre... la magia se materializó. Los globos llenos de letras que yo había visto sobre las cabezas de los personajes, hicieron que lo dibujado se convirtiera en una historia viva. Los dibujitos se movían, tenían gestos, gritaban, pensaban, comían, dormitaban... y hasta lo soñado era un dibujito. Un nuevo mundo me había sido mostrado: el mundo de la lectura en viñetas.
Hay algunos cultos literatos que afirman que la historieta o el cómic no puede ser entendido como una lectura adecuada, ya que carece de un sentido literario o académico. Ellos sabran. Lo cierto es que de esa vivencia nació en mi la necesidad de leer. A su manera, mi madre -que sólo llegó a quinto de primaria- me enseñó a leer; cuando llegué a la primaria las planas y tareas fueron pan comido. De inmediato pedí con mis contados domingos la compra de un Cuentito. A mis manos llegó un pequeño ejemplar de Zor y los invencibles, una digna interpretación de la imaginación y la inocencia.
Con el tiempo y mi primer trabajo en una taqueria me alcanzó para comprar un ejemplar que vino a cambiar la perspectiva de un niño de escasos ocho años: Kaliman, el hombre increíble. (Sin agregar que a partir de ahí me convertí en un asiduo radioescucha de la radionovela que por aquel entonces se transmitía por Radio Red)

Una noche llegó mi padre con una sorpresa. Una historieta que por más que he buscado algún número perdido en convenciones o tiendas especializadas de comics no he podido tener: La vida de Pedro Infante.  Por varios años se convirtió en una lectura semanal que toda la familia terminaba leyendo.
Al llegar la etapa de la secundaria no sólo me enfrenté con los cambios propios de la adolescencia, sino que en el mundo editorial mexicano se iba a producir una revolución en cuanto al mundo de la historieta se refiere. Nadie imaginaba que una parte de esa generación ibamos a quedar marcados con la historia que en unos sencillos y bien hechos dibujitos despertó no sólo la imaginación, sino también la conciencia de los que eramos y de lo que podíamos llegar a ser. La llegada a mis manos de Karmatrón y los Transformables fue un antes y un después para empezar a preguntarme que iba a ser de mi vida. Casi de manera religiosa cada semana iba al puesto de periódicos para comprar el ejemplar que mis hermanos y yo ibamos a soñar y disfrutar ese fin de semana.
Llegó el año de 1992. Un fenómeno editorial a nivel mundial iba a sacudir el mundo de las viñetas. Algunos nos emocionamos con los dibujos y la historia; otros abiertamente decían que lo habían leído por morbo. Lo cierto es que nadie fue indiferente ante el hecho: La muerte de Superman. Hasta en los noticieros hablaron de ello. Yo, en mi mundo lloré la muerte de mi Superhéroe favorito.

Ya han pasado 18 años de ese histórico cómic donde el Superhéroe por ontonomacia murió; ha muerto el Capitan América; han dejado inválido a Batman y se ha ido al exilio estelar el Dr. Manhattan.
Me he enfrentado a la crítica sobre porqué leo cosas de niños y al final mi respuesta casi es la misma: sigo siendo niño.  
Han pasado casi 30 años de aquella primera vez que ví como los dibujitos adquirian vida propia. Son casi 30 años y aún escucho las palabras de mi madre...

4 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Mi padre compraba Lágrimas y Risas, Kalimán, Los Supersabios, y una revista que se llamaba Cuentos y Leyendas de la Colonia pero no dejaba que los leyéramos porque eran de espantos y nos asustábamos en la noche jaja.


Buen post Víctor.

Saludines.

Ricardo Marin dijo...

Me hizo recordar mi infancia, recuerdo que en casa las sirvientas (dicho con todo respeto) compraban lagrimas y risas, tambien me acuerdo de Rarotonga, era una compra semanal obligada.

A mi me gustaba Kaliman sobre todo las radionovelas de Kaliman esas si que las oia y a su inseparable amigo Solín.

saludos

Luis Javier dijo...

Sí, ocurre que a menudo sólo nos queda ser niños para poder soportar la carga de la madurez, y así, cada uno a su manera, nos enfrentamos ante esa magnífica posibilidad (aunque vale decir que muchas personas se niegan esa magnífica virtud de la vida), ya sea mediante el cine, los cómics, los chistes que decimos, las bromas que les hacemos a los amigos... Yo mismo recuerdo mis primeros cómics, a los que me aferraba de niño poniéndolos debajo de mi almohada durante la noche, cómo esperando una mágica transmutación que, como ya sabemos (y sonrío sin miedo), jamás llegaría... Mientras tanto, ¿por qué no seguir pensando en las posibilidades de la imaginación?

Víctor Victoria dijo...

Malquerida:
¿Cómo olvidar a "Los Supersabios" de Rius?
¿Habrá en tu baúl de recuerdos un ejemplar de "Cuentos y leyendas de la Colonia"? Valen oro...

Ricardo:
Raratonga se convirtió para varios adolescentes en su fantasía sexual. ¿Cómo olvidar las aventuras de Kaliman?
Saludos con el sabor de unos tacos al pastor.

Luis Javier:
Yo sé bien de esa mágica transmutación... hasta la fecha la sigo esperando, sólo que no pongo mis cómics debajo de la almohada ya que se maltratarían y tal vez los poderes no se manifiesten de la misma forma.
Sigo siendo un niño... y efectivamente, es para soportar la carga de la madurez.
Ahora yo también sonrío sin miedo.

 
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